Por Leandro Bolano
Yo de chiquilín no debí mirarlo desde afuera como esas cosas que nunca se alcanzan, ya que fue mi padre el que me invitó por primera vez siendo muy niño a pasar el umbral que separaba la cotidianeidad de una ciudad agobiante al espacio para darle rienda suelta a la conversación, la reflexión, a la amistad, a tomar un trago vigoroso o simplemente disfrutar del mejor café, solos o en compañía de cualquiera que haya sido habitué o cliente transitorio.
A la edad de 11 años un día tomé la decisión de hacerme un hombre adulto, me subí por primera vez solo a un colectivo, saqué el boleto y fui hasta el centro de la ciudad. Me bajé 3 cuadras después de la parada que tenía como destino ya que no alcanzaba el timbre para que el chofer parara. Y ahí fui, con las manos transpiradas y paso acelerado hasta el sitio que me consagraría como un individuo maduro.
Me costó empujar la puerta corrediza del frente hasta que pude moverla y poder pasar. Recuerdo que pocos advirtieron mi presencia, pero fue Hugo (Uno de los mozos históricos) el que por arriba de la máquina de café seguía mis movimientos hasta que me senté en una banqueta alta frente a la barra.
Hugo miró dos o tres veces la puerta de ingreso para ver si estaba mi papá, y al no aparecer entendió rápidamente lo que sucedía. Se acercó y me dijo: “¿Que va a tomar el Sr?” a lo que yo le contesté “Un Cortado en vaso” (Copia fiel de lo que mi padre pedía cada vez que íbamos al bar)
Estuve nervioso y ansioso a la vez hasta que pagué, y una vez que me dieron el vuelto… coroné aquella tarde de sábado dejando de propina algunas monedas.
Con nostalgia puedo rebobinar en mi memoria y contarles lo enorme que me sentí y es ahora 37 años más tarde que todavía no puedo recordar como volví a mi casa después de haber experimentado una emoción indescriptible.
Fue en el “Costa Azul” de 48 entre 8 y 9 que mantuve con mi viejo las charlas más entrañables, momentos únicos que quedarán grabados a fuego y sentimiento. Luego del cierre de aquel local y años más tarde la seguimos en el de 5 entre 49 y 50 donde sumamos a mi hijo como tercera generación.
Luego de haber cerrado el Bar debido a la imposibilidad de asumir los gastos que demanda un negocio, sentí que una parte mi había quedado encerrada dentro de cuatros paredes y una persiana baja.
Para muchos como yo, no solo cerró un bar, sino que parte de nuestra identidad como platenses o un lugar tan, pero tan mágico que hizo que dentro de su espacio un niño experimente la metamorfosis de convertirse en un hombre adulto solo con tomar un café sin compañía de su padre.