Cuento de Hector Escobar

Por suerte y gracias del Señor uno es afortunado, se levanta todas las mañanas y asiste a un trabajo digno. El mismo trabajo que sirve para pagar el puchero y darse algún gustito de vez en cuando.
Perfil bajo y platos humildes, pero, ¿cómo no disfrutar de nuestro asado argento un domingo? Sí, claro, pongamos las monedas en la mesa y vamo’ a la carnicería de Ricardo. Él ya conoce nuestros gustos, un pedazo de vacío por acá, unas tiritas de asado por allá, unos chorizitos… Y las papas para fritar. Ritual.

A Martina le encanta el asado y las papas fritas.

Y resulta que Martina dejó de venir. Y resulta que Martina ya no se sentó en su lugar de la mesa. Y resulta que Martina ya no me ayudó a prender el fuego. Y resulta que Martina ya no más…

Pero los asaditos y las papas fritas continuaron, entonces comenzaron a notar que Martina faltaba los domingos, el instinto del campo y la naturaleza no falla.
Tuve que explicarle a esos asaditos y a esas papas fritas que Martina no viene porque se enojó y no sé porqué.

Los asaditos y las papas fritas tampoco conocen de convenios, solo se sientan en la mesa a disfrutar de las familias y los amigos.

Empezaron a cuestionarse si ellos eran el problema. Hablaron, discutieron, cambiaron de opinión, analizaron. Hasta pensaron en dejar de presentarse los domingos.

Sin ella no es igual.

Yo, papá de Martina, ante su tristeza los consolé, intenté explicarles que sigan en la suya, que se queden tranquilos, que no falten los domingos, que lo de Martina es solo pasajero y que pronto vuelve.

A todo esto saltó la Coca Cola y muy eufórica, nos gritó:
-¡Yo también extraño a Martina! ¿o se creen que venía solo por ustedes? No, mi chiquitos, están muy equivocados. Yo soy su bebida favorita.

Inmediatamente el asado y las papas fritas se miraron y respondieron:
-Sí, pero a nosotros ella nos preparaba el fogón, buscaba siempre el papel para encender con la maderita. Después una vez que el carbón estaba a punto y nos íbamos quemando, se ponía feliz. Aplaudía y se tomaba las manitos.
Somos sabrosos y festejaba cuando nos servían en su plato. Vos sólo estabas en la heladera enfriándote. Insulso lo tuyo.

Entre dimes y diretes la charla subió de tono. Empezaron a relucir sus virtudes y a creer que Martina se contentaba por ellos. Tuve que cortar la discusión, a lo que el silencio se apoderó por unos instantes de la escena.

Por allá, silbando bajito y murmurando inocencia, escaramuzas y travesuras, se acercaron los juguetes:

  • No nos visitaba solo por ustedes. Nosotros también la extrañamos.

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