Por Santiago Bergesio

Abraham Lincoln dijo alguna vez que para probar el verdadero carácter de un hombre no había que verlo soportando adversidades, sino dándole poder. Hoy, más de 150 años después de su asesinato, y a raíz de los acontecimientos surgidos en la nación que supo gobernar, tal vez puedetomarse el atrevimiento de agregar algo más en su reflexión. ¿Y si el verdadero carácter de un hombre se prueba quitándole el poder?

 El pasado lunes 20 de enero, en una ceremonia singular marcada por los protocolos propios de la pandemia de coronavirus, Joe Biden se convirtióen el 46° presidente de los Estados Unidos de América. No obstante, y más allá de distintos sucesos históricos como la asunción de la primera mujer vicepresidenta o de la primera secretaria de salud transgénero, fue la ausencia de Donald Trump uno de los puntos más importantes del evento, sino el más importante.

Y es que cuando desde el Capitolio, en Washington, Biden daba su primer discurso como presidente, el ya exmandatario se hallaba exactamente a1480 kilómetros en lo que será su residencia permanente: Mar A Lago, la lujosa mansión ubicada en Palm Beach, Florida. Trump lo habíaanunciado con doce días de anticipación a través de su cuenta personal de twitter: “A todos los que me han preguntado, no iré a la inauguración del 20 de enero”.

El faltazo del neoyorquino a la ceremonia de traspaso de mando fue el primero en más de 150 años en los que, a excepción de Nixon quien ya había renunciado a su cargo, la asistencia de los presidentes salientes era perfecta. Si se contabiliza la historia completa de Estados Unidos de América, Trump se convirtió en el 4° gobernante en no presenciar la toma de juramento de su sucesor.

El primero de la lista obliga a remontarse hasta los primeros años del país. Proveniente de Massachusetts, John Adams ocupó un rol clave en

las guerras de independencia y fue incluso quien designó como comandante en jefe del Ejército a George Washington, del que después

sería vicepresidente en sus dos mandatos. Cuando éste decidió alejarse de la política, fue el mismo John Adams quien lo sucedió convirtiéndose así

en el segundo presidente de la historia (1797-1801).

Durante su gobierno sufrió presiones tanto desde su propio espacio como  desde el novedoso Partido Demócrata/Republicano, liderado por Thomas

Jefferson, el mismo con el que años atrás había redactado personalmente la Declaración de Independencia. Fue en las elecciones de 1800 que

Adams se vio derrotado ante Jefferson, por lo que antes que asistir a su toma de posesión al año siguiente decidió retirarse en su ciudad natal. El

destino les haría a Adams y Jefferson un último guiño: ambos morirían el mismo día, 26 años después, en el 50° aniversario de la Declaración de

Independencia.

El segundo de la lista reforzaría ese viejo refrán de “todo queda en familia”. John Quincy Adams, hijo de John Adams, se convirtió en 1825

en el sexto presidente de la historia. Considerado uno de los mejores diplomáticos, su política exterior fue mucho mejor que la interior, algo

que le trajo varios problemas. Tres años más tarde, luego de una campaña de lo más sucia y repleta de acusaciones personales, cayó en las elecciones

ante Andrew Jackson convirtiéndose en el segundo gobernante en perder la reelección (el primero había sido su padre). Meses después optó por no

asistir al traspaso de mando, tras la falta de gestos de cortesía de su sucesor. Las diferencias parecían irreconciliables.

El tercero de la lista – y el último hasta hace unos días – es Andrew Johnson. Oriundo de Carolina del Norte, fue el único senador del Sur que

enfrentó a los secesionistas confederados, condición que llevó a Abraham Lincoln a elegirlo como el vicepresidente para sus dos mandatos entre

1961 y 1965, pese a pertenecer a diferentes partidos. Cuando éste fue asesinado en 1965, ya reelecto y apenas a unos días del final de la guerra,

Johnson continuó el período correspondiente hasta 1969.

Su trabajo no fue sencillo. El proyecto de reconciliación que encaró tras el sangriento conflicto no fue del todo efectivo y su imagen se vio dañada

luego de algunos supuestos abusos de poder por los que sería sometido alprimer juicio político presidencial de la historia (Trump tuvo el tercero),

del que saldría airoso por solamente 1 voto. Perdió en 1868 las elecciones ante Ulysses Grant, quien sin ningún cargo previo se convirtió en el

presidente más joven hasta ese momento. Por fuertes diferencias políticas, Johnson no asistió a la ceremonia de traspaso de mando.

De vuelta al presente, casi 152 años después, Donald Trump ha inscripto su nombre en la lista. Juicio político y acusación de fraude mediante, el

exmandatario regresó el contador a cero y se perdió talvez uno de los momentos más puros del sistema republicano. Ese mismo sistema que le

ha valido a Estados Unidos para jactarse de ser “la democracia más fuerte del mundo”, sin pensar que en contextos como el actual esa denominación

pueda ser cuestionada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *