Por Javier Ignacio Ibarlucia.
De repente la clase media y alta pasó a mostrarse preocupada por la educación de los chicos en situación de vulnerabilidad. Jamás se preocuparon por apuntar sus ojos hacia allí, ni por reclamar medidas que atiendan esa problemática. Parece que ahora, que sus hijos son afectados, esto cambia.
Entonces, usan la bandera políticamente correcta «me preocupo por la educación de los pobres», para esconder su típico reclamo egoista. Sin embargo, durante años de asistir a escuelas públicas para cumplir aquellos domingos con la “obligación” del voto democrático, y ver las condiciones en las que los chicos de los sectores vulnerables deben estudiar (si es que asisten a la escuela), nunca dijeron nada.

Nunca organizaron una marcha al comprobar eso, solo se metieron en cuestiones educativas cuando querían quejarse frente a alguna huelga o paro docente, ignorando los reclamos de los trabajadores de la educación por mejoras en las escuelas.
Tampoco levantaron la voz cuando el gobierno anterior discontinuó el plan Conectar Igualdad, el cual cobra en el presente virtual, una relevancia crucial al haber facilitado una computadora y acceso a internet a los niños de hogares desaventajados.
Si hoy los colegios privados a los que estos sectores privilegiados envían a sus hijos, reanudasen las clases presenciales, inmediatamente cesaría su preocupación por la educación de los pobres.
Estas circunstancias ya las hemos vivido en el pasado.

¿Recuerdan cuando en la crisis del 2001, cantaban «piquete y cacerola, la lucha es una sola»? Pero eso fue así hasta que se acomodó la cosa, sólo un interés táctico en las protestas. Bastó el retorno de la prosperidad económica de la clase media, a partir de 2004, para que los reclamos estructurales de los pobres volviesen a molestar. “Vagos”, “vayan a trabajar”, “tengo derecho a circular con mi auto por la calle”, los hits que suenan en las mesas de café y las letras que se leen en las redes sociales.
La misma lógica, se repite ante cada uno de los críticos escenarios socio-políticos que nos toca atravesar, usualmente generadas por las políticas de los espacios políticos que los representan. La novedad es que la obscenidad con la que exhiben su demagogia es cada vez mayor. Ya ni se cuidan en disimularlo..