Por Marcelo Chapay

Cierta vez, un terapeuta me señaló con claridad: mirá, existen preguntas que no tienen respuesta.

Siempre me pregunté de qué color es el viento. Sobre todo de noche, cuando lo asocio a la sudestada del río color de león.

Las preguntas me acompañan cotidianamente. Como el cabello gris. A esta altura del año, los interrogantes pasan por los sentires de esas gentes , que casi se tropiezan con el año nuevo. Sin proponérselo.

Qué atravesará al que está en una celda oscura, o a quién a miles de kilómetros de sus afectos profundos, trata de abrazar una vida mejor o a ese bombero a cargo del cuartel, a la espera del llamado del vecino al que se le quemó el quincho, por pura imprudencia.

Qué rondará por la cabeza del que espera a un médico en una guardia de hospital, sentado en una destartalada silla de color naranja…o ese hombre que contempla en una ruta oscura a la coupe Fuego, cuyo motor calentó y no quiere más…y su familia lo mira a él, con la suma de la tristeza, desde el interior del auto que ya no es y nunca llegará a la reunión familiar.

Para que una persona esté presente , en verdad, no debe pensar en sí mismo sino observar que lo rodea…

Quién puede saber como llegará el año 23 en el geriátrico o como le pegará al que aún tiene en carne viva, esa ausencia irreemplazable o ese amor en el que hasta la sopa, se enfrió….

Está claro que, cada vez son más las dudas. Quizás nunca sepa de qué color sea el viento, ese que susurra en otoño, entre las hojas.

Pero no todo es incertidumbre: de grande, entendí bien dónde se generaba al aroma a bondad. Estaba en la ropa que mi vieja, me mandaba a juntar de la soga. Las pilchas inmaculadas de toda la familia, en época en que el lavarropa no tenía la naturalidad de hoy.

Esa certeza, sí la tengo clara. De las pocas que en verdad, pude comprobar.

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